domingo, 27 de marzo de 2011

Espiritual

Espiritual


Hoy me he sentido feliz, sentada sola en el acantilado, mirando al mar, sintiendo toda su

fuerza, viendo como sus olas rompían contra las rocas desesperadas, buscando seguir su

camino incontenible de libertad.

Un pensamiento a nacido ¿no es el ser humano como las olas, luchando constantemente

contra los muros que nosotros mismos alzamos?

He seguido observando las rocas, intentado encontrarle un punto débil, un paso abierto para

que el mar pudiera seguir su camino.

He hallado una grieta por la que el mar entraba con un galope salvaje, levantando espuma

blanca y se deslizaba con bravura hacia el otro lado del acantilado, hacia su libertad.

Ha nacido una respuesta, ¡no hay muros que puedan detener la libertad!

Una gota de agua fría ha saltado hasta mi frente; he cerrado los ojos y la he sentido resbalar

hacia mi rostro, he sentido la grandeza de algo tan pequeño pero tan lleno de energía... tan

lleno de vida.

Al abrir los ojos he mirado al horizonte, el sol empezaba a ponerse en la quietud del cielo,

algunos pájaros alzaban el vuelo buscando refugio, mientras la luna empezaba a clarearse en

un cielo rojizo de atardecer.

Mis ojos no daban crédito a tanta belleza, tanta quietud, tanta paz... todo parece estar en

perfecto equilibrio. ¡Quiero formar parte de esa belleza!

Se me antoja ser una flor, nacida libremente entre las hierbas, con hermosos pétalos blancos y

grandes hojas verdes... he sentido como fluía por dentro de mi tallo el río de la vida, he sentido

como la brisa me acariciaba con ternura, con mimo.

He abierto los ojos, ya las estrellas lucían en el cielo y la luna, con su indescriptible y

enigmática belleza reinaba en la noche.

He querido formar parte de ese cielo y me he imaginado que era una esfera de luz brillante,

elevándome lentamente hacia el cielo, he empezado a danzar con mis hermanas y he sentido

la magnitud de formar parte del Universo. La esfera de luz irradiaba todo mi ser, haciéndome

sentir en mi interior una sabiduría infinita, adquirida a lo largo de los siglos de mi vida,

aletargada, esperando ser reaprendida, reencontrada....

Un gran sentimiento se ha liberado ¡El Amor!

Ese amor puro, sin límites, sin condiciones, un amor desinteresado... Un amor inmenso hacia

mi misma, un amor tan indescriptible que me hace sentir en paz conmigo misma y con el resto

del Universo... un amor que me hace estar en equilibrio con el Cosmos.

Siempre busque a Dios como un algo o alguien que vive fuera de nosotros,

¿En el cielo quizás?... Hoy sé que Dios vive en el interior de todo aquello que tiene vida,

porque Dios es nuestro Yo interior, porque nosotros... somos Dios.

Mary Lorenzo ©










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